Árbol de cristal

Aquellos guardianes que eligen seguir la senda del Árbol de Cristal se convierten en símbolos de una perfección casi inalcanzable. Impulsados por la vanidad y las exigencias de un dios orgulloso, viven con el deber de demostrar constantemente su valor ante los ojos del mundo y del mismísimo Azhryel’karn, el arrogante. Estos guardianes combaten con una gracia natural que parece desafiar toda lógica, y juran proteger a aquellos que consideran inferiores, no siempre por compasión, sino por reafirmar su propia superioridad.

A diferencia de los demás, los guardianes del Árbol de Cristal no adquirieron su poder mediante el estudio de la magia ni por el arduo dominio de las armas. En cambio, son vistos como superdotados en su disciplina, capaces de alcanzar hazañas que otros solo logran tras años de dedicación. Esta facilidad innata los hace parecer “charlatanes” o farsantes ante las demás sendas, pero también despierta envidia y temor, pues su talento parece otorgado por un destino caprichoso.

Su deidad, Azhryel’karn, el dios puro, es tanto su guía como su maldición. Su arrogancia es legendaria, y su desprecio por los otros dioses le granjeó su odio eterno. Es recordado como aquel que se ausentó cuando la oscuridad invadió el reino espiritual, prefiriendo contemplar su propia grandeza antes que alzarse en defensa de la creación. Para sus seguidores, esta mancha en su historia no es un error, sino una prueba de su pureza y soberbia: la creencia de que incluso los dioses menores debían probarse sin su ayuda.

El Árbol de Cristal es, por tanto, un camino solitario y exigente. Sus guardianes caminan entre la admiración y el rechazo, cargando con el peso de un linaje divino incomprendido. Son los portadores de una perfección que deslumbra tanto como hiere, centinelas de un ideal que roza lo imposible. Allí donde caminan, la gente ve en ellos tanto salvadores como tiranos, y sus acciones, aunque nobles en apariencia, siempre están teñidas por la sombra de la vanidad que les inculcó su dios.

Formación del prodigio:

La perfección es tu destino: Nunca aceptes la mediocridad en tus actos; cada acción debe reflejar tu superioridad innata.

Protege solo desde lo alto: Extiende tu escudo a los débiles, pero hazlo como un rey que otorga gracia a sus súbditos.

El talento es tu verdad: No ocultes tu don ni lo justifiques: muéstralo con orgullo, pues tu poder es prueba de tu pureza.

El desprecio es un arma: A los que desafíen tu grandeza, respóndeles con victoria; a los que la envidien, respóndeles con indiferencia.