Círculo del Hielo

El aire se tornó helado y espeso a medida que el druida del Círculo del Hielo avanzaba lentamente entre los árboles cubiertos de escarcha. Sus pasos, firmes y silenciosos, resonaban como ecos en el vasto silencio invernal. Con una mirada profunda y severa, alzó una mano al cielo, y en un instante, la temperatura descendió aún más, volviendo el ambiente un desierto de frío mortal.

Sus enemigos, que habían estado acechando desde las sombras, sintieron el cambio. Al principio, solo un leve escalofrío recorrió sus cuerpos. Pero el frío no cesaba. Sus alientos se convirtieron en nubes densas, y el suelo bajo sus pies comenzó a crujir, congelándose rápidamente en un cristal de hielo puro.

El druida murmuró palabras antiguas, un susurro del viento ártico, y extendió ambos brazos como si abrazara al propio invierno. De sus dedos brotaron finas corrientes de aire gélido que serpenteaban por el campo de batalla, buscando sus objetivos con una precisión mortal. Los enemigos intentaron retroceder, pero era demasiado tarde. El hielo surgió de la tierra como afiladas lanzas de cristal, atrapando sus piernas y enraizándolos en el lugar.

Con un movimiento final, el druida cerró sus puños, y el frío alcanzó su punto máximo. En un abrir y cerrar de ojos, los cuerpos de los enemigos quedaron envueltos en una capa de escarcha tan espesa que sus movimientos se detuvieron por completo. El hielo subió desde sus pies hasta sus hombros, cubriéndolos en un capullo gélido, mientras sus ojos se abrían de par en par en pánico.

El druida del Círculo del Hielo, sin mostrar un ápice de piedad, dejó caer sus manos y el conjuro alcanzó su conclusión. Con un crujido estridente, los enemigos congelados estallaron en mil fragmentos, como si hubieran sido simples esculturas de hielo quebrándose bajo el peso del invierno eterno. A su alrededor, la tundra recién formada brillaba bajo la tenue luz, como un recordatorio de que la naturaleza, en su forma más salvaje y fría, siempre prevalece.