Odio

Entre todas las almas, ninguna inspira más temor que el Odio. A diferencia de la Amabilidad o la Determinación, que existen para sostener y proteger, el Odio no busca equilibrio ni justicia: su única intención es consumir, corromper y arrastrar todo lo que toca hacia la ruina.

Se cuenta que esta alma nació del rencor humano, de los resentimientos más oscuros, de las guerras y traiciones que marcaron la historia de los hombres. Mientras otras almas eran fuentes de fortaleza y esperanza, el Odio se convirtió en una herida abierta en el mundo, una chispa que inflamaba la violencia y que crecía tanto en la victoria como en la derrota.

En la gran guerra de las almas, el Odio fue una fuerza temida incluso por sus aliados. Allí donde aparecía, los campos de batalla quedaban reducidos a cenizas. No distinguía entre enemigos o compañeros: su poder era una vorágine imparable, que devoraba todo lo que lo rodeaba. Fue tal su amenaza que los sabios y guardianes del mundo decidieron que no podía ser destruido, sino sellado, junto a las demás almas primordiales, en un plano remoto.

Aun así, el Odio nunca desapareció del todo. Su esencia es como un veneno que flota en el aire del mundo, un residuo que busca huéspedes en corazones debilitados por la ira y la frustración. Allí donde prende, transforma al portador en un ser más fuerte, sí, pero a costa de su propia humanidad.

El Alma del Odio es un don y una condena. Sus portadores obtienen un poder inigualable, pero también se convierten en un arma viviente cuyo filo siempre amenaza con volverse contra sí mismo.